Antes de desarrollar las ideas que deseo exponerles a través de este texto, me gustaría que leyeran con atención el siguiente diálogo extraído de la película que hoy me inspiró a escribir:
- Has estado llorando muchísimo ¿Por qué lloras?
- Un amigo.
- Se ha ido ¿Verdad? ¿Fallecido?
- Sí, se quitó la vida.
- Eso es duro.
- Era escritor. Se ganaba la vida escribiendo historias.
- Sabía cómo contar un cuento ¿No es así?
- Así es como los llamaba él.
(…)
- ¿Te alegras de haberlo conocido? ¿Y a pesar de que ya no vayas a verlo durante un tiempo es todavía tu amigo?
- Sí, desde luego que lo es.
En mis cuarenta años de existencia he aprendido bastante bien esa ley de la vida, de que hay gente que pasar por tu lado y te marca para siempre. Gente que se hace importante, pero que por una u otra razón ya no están contigo, algunas porque nuestros destinos se han separado y en otros porque ese compañero o compañera ya no está en esta tierra; en cualquiera de las dos circunstancias lo mejor es guardar en tu memoria y tu corazón toda la felicidad que te dieron, mientras ambos caminos estuvieron juntos. A veces rememoras con dolor tales pérdidas, no obstante terminas por agradecer el tiempo compartido.
No a todos aquellos que han logrado quedarse dentro de ti los has conocido, pues hay unos cuantos que con su trabajo, sus pensamientos y obras te han sobrecogido lo suficiente como para convertirlos en hombres y mujeres que te son valiosos. Para mí todos estos son aquellos que con su labor, creando belleza, personajes e historias han acaparado no solo mi atención, sino que han terminado por conquistarme. Sé que no estoy escribiendo locuras, pues de seguro a ti también te pasa lo mismo. Una de estas personas que me es así de valiosa corresponde a Robert Howard.
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¿No sabes quién este tipo? Pues basta decir con que es nada menos que el creador de Conan el Bárbaro, personaje de ficción que ha protagonizado un montón de relatos de su autoría, así como la de otros escritores que emulando a Howard se han negado a que el guerrero deje de pasar aventuras, aún mucho después de la muerte de su “padre”. Bob dos Pistolas como le llamaban sus pocos amigos, vivió entre 1906 y 1946 en Texas, Estados Unidos y en su breve vida dejó un montón de narraciones que hoy en día corresponden a uno de los más destacados legados de la literatura de la fantasía y el terror. Pocos datos hay acerca de su persona, ya que era un individuo no muy sociable y que dedicaba gran parte del tiempo a su pasión por la narración. Sobre su faceta más íntima, ligada al tema amoroso, es posible tener conocimiento gracias a los dos libros de memorias de Novalyne Price, quien ya en el ocaso de su vida los escribió revelando al mundo su singular relación sentimental con Robert Howard. Estos dos textos inspiraron una preciosa cinta independiente de 1996, de la que hoy quiero contarles.
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Recuerdo como si fuera ayer mi primer encuentro con Conan y, por ende, con Robert Howard. Eran los ochenta y yo era un niño o a lo más un preadolescente. Mis papás tenían un negocio en casa, en el cual vendían varios tipos de artículos. En este sitio había un televisor que lo ocupábamos en familia para ver variados programas y películas; como desde pequeño amé el cine, no me perdía las funciones nocturnas (en especial de fin de semana) para ver todo lo que me llamara la atención y por lo general siempre lo hacía atento junto a ambos padres. En una de esas veladas nocturnas fue cuando me encontré con quien sería otro de mis ídolos de juventud, Arnold Schwarzenegger, haciendo del valeroso cimerio y así fue que enloquecí de furor con Conan el Bárbaro. Me acuerdo muy bien de que a mi papá también le gustaba harto este filme, de modo que nos las repetíamos todas las veces que lo volvían a emitir en la tele (ya “grandecito” gracias a la magia del DVD, recién pude ver la versión integral y sin cortes, incluyendo la escena de la mujer-serpiente). Poco después dieron Conan el Destructor, donde salía esa negra que tanto me gustaba, la Grace Jones, aunque esta cinta no era tan buena como la anterior. En cambio Red Sonja me fascinó mucho más, la que acá se llamó El Guerrero Rojo, aprovechándose de que también salía en ella nuestro querido Arnold (además les debo confesar algo, si es que no se han dado cuenta antes quienes me conocen y leen habitualmente: tengo debilidad por las heroínas, por lo que la protagonista de este filme se ganó toda mi atención). Pasaron unos años y ya estaba en lo que acá en Chile llamamos la enseñanza media, cuando tendría como quince años y un día de regreso del colegio hacia mi casa encontré en el kiosco de diarios y revistas donde comprábamos desde que tenía memoria… ¡Cómics de Conan el Bárbaro! Eran unas ediciones en papel de mala calidad, en blanco y negro, de procedencia colombiana creo. Pero lo bueno era que al ser tan baratas podía darme el lujo de invertir en ellas; por lo tanto compré semana a semana cada nuevo número, no obstante comenzaron a acumularse las revistas que no leía y en uno de esos momentos en los que uno razona como un verdadero idiota (¡Bueno, en aquel tiempo me faltaba experiencia como para sopesar bien lo que pensaba!), regalé mis historietas. Pasaron los años y cuando ya estaba en la universidad, mi querido amigo Mauricio Tapia (sí, el mismo del blog La Quinta Anormal) comenzó a prestarme su enorme colección de revistas y entre ellas estaban varias de nuestro bárbaro favorito. Creo que fue gracias a la gentileza de Mauricio que Conan se me hizo tan entrañable, más por el hecho de saber ahora que muchas de las viñetas que leía de él estaban basadas en los cuentos que algún día debía gozar, por lo que solo me faltaba ir a la fuente directa de tantas maravillas. Cuando por fin pude comprarme libros del ciclo de Conan, fue la consagración definitiva. Los primeros tomos que tuve eran “usados”, aunque valiosos, ya que eran viejas ediciones de la Editorial Bruguera (esos chiquititos con preciosas portadas tipo pulp); luego conseguí otros más recientes de la Martinez Roca y por último mi joya más preciada: un gran de lujo con los textos escritos por Howard, ordenados según la fecha en las que fueron publicados originalmente, con preciosas ilustraciones a color y en blanco y negro (comprado a precio casi irrisorio gracias al dato que me dio mi también amigo Marcelo López). Hoy en día tengo textos escritos por otros autores, incluyendo dos de Robert Jordan, uno de Karl Edward Wagner (del cual escribí esta entrada) y otro de Sprague de Camp que aún no leo, más otro de Andrew Offutt que lo dejé inconcluso porque me aburrió, todo con Conan para rato. Sin embargo para ser sinceros, lo primero que leí de este don de la literatura no era nada sobre su saga ambientada en la Era Hiboria, sino que fue un cuento de terror lovecrafniano, La Piedra Negra, por medio de la famosa antología Los Mitos de Cthulhu y con la que Rafael Llopis hizo conocer a los lectores de habla hispana estas historias; poco tiempo después me devoré el tomo compilatorio de El Valle del Gusano, por medio de la bondad de mi otro amigo Miguel Acevedo (el del blog Le Dicen Poesía), quien me lo facilitó. Mi colección de Kull el Conquistador llevado al noveno arte también se convirtió en una de mis preciadas joyitas. Podría contar muchas cosas más, como mi adquisición de dos tomos en tapa dura de sus cómics y mi lectura de la novela de terror Rostro de Calaveraque tanto disfruté, no obstante creo que ya me he pasado de la cuenta con esta sucesión de recuerdos. Vamos mejor al filme del cual les quiero comentar.
Bajo el nombre de The Whole Wide World (en español Todo el ancho mundo), la película trata acerca del romance entre una aspirante a escritora y Robert Howard, en realidad un amorío imposible debido a la problemática personalidad de este hombre. De este modo el filme nos muestra cómo tras conocerse ambos, nace la atracción mutua que por un lado saca al cuentista de su cerrado mundo interior, dedicado hasta ese momento a sus fantasías literarias y a su madre posesiva con quien mantiene un lazo de características edipianas. La cinta retrata a su protagonista masculino como a un hombre muy especial, tosco y aparentemente machista, no obstante amante de la libertad y las fantasías a las cuales le gustaba escribir. Su carácter e impresionante presencia física (amante de los deportes) contrasta bastante con el de la pequeña y dulce mujer que encuentra en Novalyne, quien ya en dicha época era una fémina autónoma y de ideas librepensadoras. La devoción por las historias y la verdadera afinidad de dos espíritus más parecidos de lo que a primera vista se observa, forja entre los dos una relación que deja su huella en cada uno. Es la dama quien pone más de su parte para conquistar a su amor, en especial porque el lazo que une a Robert con su madre complica que este se dé por completo a sus sentimientos. De este modo a lo largo de la película el espectador se encuentra con una historia de amor condenado, más todavía si uno es lector acérrimo de Howard, razón por la cual sabe cómo va a terminar todo. No obstante los responsables de esta emotiva obra tratan el tema del suicidio del escritor de una manera bastante sutil, dejando de lado el morbo y centrándose más en la humanidad de sus dos protagonistas, en especial en la dama que le sobrevive con la certeza de que ha ganado un precioso recuerdo.
La película no solo permite tener a uno de nuestros autores favoritos como protagonista de un bello relato romántico, sino que además nos introduce en el tema de la pasión artística, o sea, en la interioridad de los hombres y mujeres que viven para crear gracias a su genialidad e imaginación. De este modo bajo la figura de Robert Howard se representa a todos sus colegas, puesto que tal como se muestra en el metraje, uno de los pilares de su existencia viene a ser sin vacilaciones lo que hace: contar historias. En numerosas ocasiones las escenas y los diálogos, incluyendo monólogos salidos de la boca de este Howard cinematográfico, evidencian lo que subyace bajo el arte de la fabulación; así es como este amor por la vocación, convierte al escritor que llegamos a vislumbrar en un hombre privilegiado, pese a las taras que lo agobian. Varios son los medios que utilizan quienes intervinieron en el filme para demostrarnos todo esto, entre ellos efectos sonoros que representan las batallas imaginarias de Conan y las lecturas en voz alta que hace de sus trabajos Robert Howard. Tampoco se puede olvidar que lo que une en un principio a nuestros dos enamorados, viene a ser la literatura misma, de modo que Novalyne también se aprecia como alguien maravillada con los libros.
Considerando los tiempos en los que transcurre la vida de nuestros personajes, es posible darse cuenta cómo en aquel entonces la llamada “literatura de género” era mal mirada por los círculos intelectuales. No obstante el filme dignifica la labor de Howard y otros como él, lo que queda explicado ante la fascinación que le provoca a la protagonista su persona; pues Robert le abre las puertas a un mundo antes no conocido por quien además es profesora, de modo que luego del encuentro de ambos Novalyne llega a transmitir a sus pupilos el aprecio hacia estas ficciones. Y al respecto es que no se podía dejar de mencionar a Howard Phillips Lovecraft, otro importante escritor de la misma escuela de Howard, profundamente ligado a este y al cual se dedican unas líneas.
Este largometraje recibió varias nominaciones a certámenes especializados, muchos de los cuales ganó y fue dirigido por Dan Ireland, quien antes de dedicarse a la labor de director, trabajó como productor ejecutivo en varios títulos de Ken Russel (entre ellos La Guarida del Gusano Blanco, sobre la novela homónima de Bram Stoker).
En el papel de Robert Howard podemos encontrar a Vincent D`Onofrio, camaleónico actor que tan solo a través de su interpretación nos hace creer que es el mismísimo autor de relatos pulps, puesto que su parecido con este resulta extraordinario. Cabe mencionar que D`Onofrio, todo un galán en aquellos años en que realizó este filme, hace hoy en día de nada menos que del villano Kingpin en la serie de televisión Daredevil, contrastando increíblemente su aspecto tan apolíneo como Howard, al comparársele con el gordinflón genio criminal (puesto que el actor para realizar este último papel subió de peso de adrede y se rapó para parecerse lo mejor posible al mafioso de los cómics). El talento del histrión se hace evidente aquí no solo por el acento texano que es capaz de reproducir, sino debido a la sensibilidad que le otorga a su personaje que se mueve entre una personalidad colérica y la de un hombre sensible capaz de ganarse el corazón de quien realmente lo llega a conocer, una vez despojado de sus corazas. El nombre de esta cinta y de uno de los libros que la inspiró (One who walked alone, o sea, El que camina solo), hace alusión a este carácter tan complicado del escritor, un individuo acostumbrado a la soledad y a los que solo unos pocos les abrió el verdadero mundo de su interioridad. La resistencia de este autor a compartir con los demás y su singular entrega a la única mujer que llegó a amar (aparte de su madre), es dramatizada de manera sobrecogedora en uno de los mejores papeles de D`Onofrio. En esta obra el escritor le hace apreciar contento a su amada el bello paisaje que los rodea, de modo que su vastedad lo identifica como persona que celebra su espíritu libre; pues la tierra que pisamos es mucho más de lo que llegamos a ver y los límites los ponemos solo nosotros para continuar el sendero que llevamos.
La preciosa Novalayne Price se encuentra bajo el cuidado de otra artista hoy en día consagrada, Renée Zellweger (la recordada Brigit Jones que tantas risas y lágrimas nos dio con posterioridad en su rol de The Whole Wide World). La verdad es que cuesta decidirse por afirmar quién de los dos, si ella o su compañero de reparto, realizó un mejor trabajo en este caso. No obstante resulta difícil olvidarse de la escena en la cual solo a través de sus manos, cuando recibe la noticia de la muerte de su amigo, nos da cátedra acerca del poder de una buena actriz para solo con sus gestos decirnos todo y más; luego cuando justamente se da el diálogo que encabeza este texto, una vez más nos llega a tocar hondo.
A este cuadro perfecto de una película para atesorar, se suma una fotografía cautivadora y casi de ensueño, especialmente cuando se trata de representar el amor de Robert Howard por la naturaleza, lo que podemos ver en los momentos en los que ambos protagonistas viajan al exterior y el cuentista le muestra la belleza del ancho mundo. También se debe destacar un cuidado trabajo en la dirección de arte y vestuario, lo que ayuda a crear la ilusión de estar viendo imágenes del pasado. Por último, lo hecho por los compositores Hans Zimmer y Harry Gregson-Williams, quienes compartieron acá la labor de realizar la música incidental, no puede haber sido más acorde al tono de esta obra; puesto que sus sinfónicas melodías logran transmitir tanto lo épico de la pasión de Robert Howard por sus ficciones, como lo sublime del amor entre éste y Novalayne, así igualmente en los momentos más desgarradores de su metraje.
En el filme Vincent D`Onofrio se saca una foto igual a la famosa
que hay de Robert Howard (la de la izquierda), lamentablemente como
no pude conseguirla googleando, la opongo al lado de esta otra para dejar
constancia del parecido entre el escritor y el actor.