El (casi) recién pasado 26 de junio se cumplieron 109 años del nacimiento de Salvador Allende, presidente socialista de la República de Chile, elegido democráticamente por sus conciudadanos y que murió heroicamente en el Palacio de la Moneda (sede del poder ejecutivo de nuestro país), defendiendo sus ideales del asedio militar de derecha que llevó al país a casi 17 años de dictadura bajo el mando de Pinochet. Por mucho que uno no milite con el pensamiento de Allende, negar su importante papel dentro de la historia chilena resulta ser una verdadera perogrullada. Hoy en día el mandatario que estuvo en el gobierno entre 1970 y 1973, hasta el Golpe de Estado perpetrado por sus adversarios (apoyados por los poderes fácticos gringos que no querían otro país “comunista” en Latinoamérica, luego de la Revolución Cubana) y que le costó la vida durante el espantoso bombardeo a la Moneda por parte de los militares, por fin ha tenido los honores respectivos en su patria, tras tantos años de injurias a su memoria (esto mientras Pinochet estaba al mando). El resto del mundo mientras pasaba lo anterior, ya llevaba rato concediéndole los respectivos tributos. Es así que como muchos presidentes chilenos, ahora posee su propia estatua en las cercanías del edificio que le vio morir y asimismo su casa es un museo, que guarda muchos recuerdos de su paso por este mundo, entre otros honores que le concedieron como es debido.
Cuando comienzo a escribir estas palabras estoy a horas de cumplir los 42 (¡Qué viejos estamos!... y a mucha honra)[1] y si miro hacia atrás dentro de mi propio pasado, puedo reconocer sin vergüenza que hasta más o menos buena parte de mi segunda década de vida, Allende no era alguien respetado por mí. La ignorancia y los prejuicios de la juventud (educado además por un padre que me hizo creer que todo lo relacionado con el “comunismo” era sinónimo de algo siniestro), me llevaron a cometer tales estupideces, lo que gracias a Dios con el tiempo pude superar en la medida que las experiencias (y en especial la misma gente que tuve la suerte de conocer) y mi propia educación (formal e informal), me permitieron dejar atrás (no en un 100% para ser exacto) a ese Elwin de antaño. Queda claro, supongo, mi aprecio actual hacia la figura de Salvador Allende (más encima tío de mi queridísima escritora Isabel Allende).
En noviembre de 2014 asistí como tengo acostumbrado todos los años a la FILSA (Feria Internacional del Libro de Santiago), importante evento cultural al que me encanta ir, cuando para mi sorpresa me encontré con el hecho de que el escritor nacional Roberto Ampueroestaba firmando sus libros. Luego de comprar uno de ellos, El último tango de Salvador Allende, rápidamente me puse a la fila para que me lo dedicara, pues me había leído algunas de sus novelas de Cayetano Brulé y las había disfrutado mucho; así que no me podía perder esa oportunidad. Ampuero fue muy amable conmigo y pude entablar una entretenida conversación con él…
- Le doy a leer sus libros a mis alumnos.- Le dije entusiasmado.
- ¿Sí? ¿Y se los leen completos? ¿Les gustan?- Muy curioso por saber de mi “experimento lector”.
- Bueno, los que se dan el tiempo para ello y no limitarse a buscar resúmenes en Internet, claro que sí.- Me gustó cómo se puso a reír.- ¿Sabe? Tengo un blog y en una de mis entradas subí algo sobre usted…
- ¡Qué bien! Bueno, si te interesa puedes agregarme a Facebook.
- Gracias, pero no tengo.
- Entonces puedes seguir mi Tweeter…
- Tampoco uso esa red social. Pero cuando quiera se puede meter a mi página, El Cubil del Cíclope (no podía evitar hacerme publicidad y menos con una estrella como él ¿No?).
No sé si alguna vez Roberto Ampuero ha entrado a mi blog, pues nunca me ha dejado comentario alguno, tampoco se ha hecho seguidor mío. Sin embargo, para mi felicidad el primer texto que escribí sobre él lleva largo tiempo entre las 10 entradas más populares.
Por supuesto que no dudé en sacarme una foto con este importante autor aquella vez, la que rescato ahora de otro post en el que lo menciono.
Publicada por primera vez en 2012, El último tango de Salvador Allende de inmediato ganó notoriedad, convirtiéndose en un éxito de ventas, pues su mismo título no deja de ser una invitación a conocer, de una manera hasta el momento inaudita para muchos, a tan grande personaje histórico. Sin embargo no estamos hablando de una mera biografía novelada del político, puesto que el volumen en cuestión está armado de tal manera, que Allende no es el único personaje principal, si no que comparte protagonismo con dos más; no obstante uno de estos dos últimos, más bien al cumplir el papel de narrador testigo, toma un papel secundario. Debido justamente a la complejidad de esta obra, que en todo caso se lee con rapidez (como bien acostumbra a hacer su autor al usar una pluma ágil y divertida), se trata de un texto que fusiona elementos de la narrativa histórica con la policial.
En el primer caso al describirse los últimos meses (más o menos), del gobierno de la llamada Unidad Popular liderada por el mandatario, nos encontramos frente a una narración que se detiene en las problemáticas de dicha época, con sus conflictos debido a la fuerte oposición por parte de la derecha y que llevó al deterioro sistemático de su gobierno; ello luego sirvió como excusa a la intervención de los militares, que supuestamente apoyaban al presidente (entre ellos el mismo Pinochet). Luego la parte policial está presente en la figura del coprotagonista, quien en el Chile de mediados de los noventa (y también durante un breve periodo en Alemania), realiza una investigación de carácter muy personal y que para su sorpresa compromete de manera muy grave a unos cuantos, lo que hacer peligrar su propia vida. Como era de esperarse, ambos focos de la narración convergen entre sí, de ahí el título de la novela. Dichos contextos se van alternando para hacer un retrato del Chile de buena parte de la segunda mitad del siglo XX, tanto desde el punto de vista de uno de sus ciudadanos, como desde la visión de un extranjero que vivió en la época de Allende y luego se encuentra con los primeros años del regreso a la democracia, pudiendo evidenciar así los cambios sociales del país.
Los capítulos dedicados a Allende son contados en su mayoría por parte de Rufino, un amigo de infancia de este y que por una casualidad muy especial se reencontró con el gobernante, ya unos hombres maduros hace rato. Cuando menos se lo espera se convierte en su asistente personal, para paliar de ese modo los problemas económicos por los que pasaban la mayor parte de los chilenos. Es así que Rufino va llevando en un cuaderno el registro de su vida, junto a quien conoció de tan joven y que ahora de manera privilegiada descubre en un plano mucho más humano, que implica desnudar tanto sus debilidades (como sus numerosos romances y eso que estaba casado y tenía hijas, infidelidades de las que en todo caso sabía su esposa, con quien mantenía su matrimonio solo para mantener las apariencias), como mayormente sus fortalezas (que tienen que ver con su misma convicción, para enfrentar las duras pruebas que le tocó pasar cuando lo boicotearon).
Rufino y Salvador no solo comparten un pasado juntos, sino que también cada uno por su parte siguen con su mujer más por agradecimiento que por amor; de igual manera sienten una fuerte pasión por el tango, lo que da pie a varios momentos del libro, que nos muestran a un Salvador Allende aún más cercano y en especial gracias a los diálogos que hay acá entre los dos, donde se habla tanto de lo humano como de lo divino. De este modo gracias a esta amistad podemos darnos cuenta que lo que siente el hombre común, es lo mismo que lo vivido por los “grandes” del planeta: pues por mucho que se es Alguien en la Historia (y con mayúscula), al final todos buscamos lo mismo y que no es otra cosa que cumplir nuestros sueños, acerca de lo que cada uno considera como la idea de la felicidad que tenemos.
Luego nos encontramos con David Kurtz, ex agente de la CIA, quien durante la época de la Unidad Popular estuvo viviendo en Chile como espía junto a su familia (esposa e hija), ayudando a desestabilizar el gobierno de Allende por orden de su agencia. Poco después de conseguido su ingrato objetivo, se volvió a su país. Ya en los noventa viudo, jubilado y con su hija recién muerta por cáncer, regresa al lugar que pretendió olvidar, para cumplir los deseos de su retoño moribunda. Su periplo se constituye no solo en un desplazamiento físico, sino que en uno de tipo espiritual, pues en el intertanto, aparte de llegar a conocer a su hija de una manera hasta el momento inaudita para él, termina por convertirse en una nueva persona e incluso mejor de lo que hasta el momento era.
Relevante para la evolución personal de Kurtz, viene a ser el hecho de que llega hasta sus manos nada menos que el diario personal de Rufino, de modo que es gracias a el gringo que como lectores vamos adentrándonos, a medida que va revisando este documento, en todo lo concerniente a Allende y su amigo. La apreciaciones personales que hace el antiguo espía acerca de la narración, resultan más que interesantes; pues en la medida de que sus investigaciones van avanzando para encontrar a la persona que le han pedido encuentre, así como continua en su profundización del diario de vida, su visión del mundo va ampliándose, pese a los prejuicios que tenía hasta el momento. Tal como llega a asumir luego, su propio pasado y el de su hija resultan estar mucho más profundamente ligados a la historia de Chile, de Rufino y de Allende. Por lo tanto queda demostrado que vidas que en apariencia apenas guardan nexos entre sí, están interconectadas.
En dos o tres pequeños pasajes de sus más de 300 páginas, aparece otro narrador en primera persona, un militar anónimo que nos hace ver a través de sus pensamientos lo que significa el comienzo de una de las peores etapas de la historia de Chile: el ya mencionado Golpe Militar. Si bien no se profundiza en ello, estos capítulos sirven como nexo entre el periodo retratado en el cuaderno de Rufino y lo acaecido en el testimonio de Kurtz.
El último tango de Salvador Allende es debido a lo anterior un libro acerca del poder de la memoria, de los lazos que creamos con los demás y que nos pueden marcar de por vida. Es además una obra llena de momentos poderosos de intriga, acción, humor y mucha emoción, llegando a la sublimidad en varias ocasiones. Aborda también el tema de la redención, por cuanto en más de uno de sus personajes es posible encontrar la posibilidad de enmendar los errores, pues nunca es tarde para alcanzar el heroísmo frente a la adversidad.
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Feliz junto a Ampuero y mi libro suyo autografiado. |